Ahora que lo pienso instintivamente siempre, desde muy niña me acerqué al arte, pero no pasaron pocos años para despertar del letargo en el que la dictadura en Chile nos tuvo inmersos, la generación perdida…
Primero fue la poesía, luego el teatro, y sin dejar esta disciplina comencé a descubrir el mundo escultórico.
Lamentablemente la realidad de mi país, y especialmente de la zona donde viví la época de mi desarrollo, no fue tierra óptima para despertar ni desarrollar de manera temprana la sensibilidad artística, ya que como dictadura, todo, incluso la educación, se manejaba desde un punto de vista militar. Por lo tanto las artes plásticas nunca me gustaron en aquella época, no me sentí motivada en el colegio ni en la secundaria a pintar ni a dibujar guerras, batallas ni próceres de la patria, de los cuales me aprendí sus caras de memoria.
Cuando casi al terminar la secundaria hubo que elegir entre música y artes plásticas, elegí música a ojos cerrados.
Nunca me han gustado las matemáticas, es por eso que estudie Turismo. Me titulé, pero nunca hice nada con eso, inmediatamente comencé a aprender en talleres de teatro el oficio de actriz.
Un día, después de terminar la temporada con una obra, una amiga me pidió que la acompañara a dar la prueba a la Escuela de Bellas Artes. Fui y para mi sorpresa ella me pidió que entrara a darla con ella; yo no llevaba materiales, entonces me dio un pedazo de su papel, partió con sus dientes el lápiz y me dio la mitad de su corrector para borrar errores. Ambas fuimos aceptadas como alumnas, al pasar dos años, cuando ingresé al taller de escultura, obtuve una beca hasta egresar de la escuela. Así comenzó esta historia.